Arim Atzin / María Ferreiro
SOBRE EL POEMARIOSiempre me había preguntado cómo surge la maldad hasta que leí en orden las páginas de este libro. La oscuridad de más de una década ha sido la antimusa que ha espirado cada verso, cada poema, cada capítulo.La morriña, el vacío existencial, el caos político y decadencia social, el hastío laboral (la incontinencia de mi jefe), el desamor, la traición amistosa, así como el maltrato físico y psicológico han abusado de mí, me han preñado y me han hecho parir monstruos: escritos que van desde el nihilismo, pasando por el surrealismo, deconstructivismo y absurdismo, hasta llegar al creacionismo. De la nada al todo, de destruir a volver a crear.Este libro contiene todas mis sombras. El mal (nacido) puede considerarse una anticreación (muy necesaria y trascendental) hasta sus últimas letras. Es la caja de Pandora que, una vez abierta, propaga todos los males que he vertido en ella. Al fondo, muy final y en lo más recóndito de sus páginas, todavía queda un atisbo de esperanza.Con este poemario cierro un capítulo de mi vida entre España y Alemania. Comenzó al conocer a quien hoy es mi exmarido, cuya historia de ficción versé en El mar, y concluye con las últimas cuentas pendientes del divorcio. Ésta es, digamos, la segunda parte de mi libro El mar, la parte más real y desvelada.El mal (nacido) despega con una visita a España cuando ya me había mudado a Alemania. El primer capítulo se llama Cópula: Un silencioso recuerdo (esto último como la última frase del libro anterior) y destila una nostalgia comedida por la tierra en la que nací y de la que emigré. Al arrancarme del lugar amado y viéndolo con perspectiva, creo que fue aquí cuando la semilla del mal arrancó su camino para brotar más adelante.El pesimismo se va arraigando cuando llegamos al segundo capítulo: Concepción: Perder el sur. Volví al norte, a suelo alemán, y allí perdí también el sentido de mi vida: la existencia se estaba convirtiendo en una lucha por cubrir las necesidades básicas, por llegar a los lugares de trabajo y por respirar. La rutina y el sinsentido se apoderaron de mí, envenenándome.En el tercer capítulo, Gestación: Okupar un lugar, estaba de paso en mi cuna española como espectadora del circo social que se montó en el año 2011. Más allá de la imagen revolucionaria que se quería mostrar, se escondía el gérmen de la incongruencia humana que floreció más tarde en partidos políticos igual de perversos que sus supuestamente contrarios.A lo largo del siguiente capítulo, Brote: Códigos bipolares, perdí casi por completo mi esencia natural y estuve a punto de mimetizarme con una máquina. Durante mi jornada laboral como diseñadora gráfica, pasé de usar una computadora a ser usada por ella. En mis tiempos libres, toda aquella vida artificial me poseía el cálido cuerpo volviéndome fría, metálica y calculadora, lo que me impedía desconectar. Además de eso y como persona altamente sensible, tenía que soportar ocho horas diarias la radio emitiendo a todo volumen los hits del momento (a mí nunca me ha gustado la música de moda) y un montón de aparatos electrónicos irradiando en una oficina cerrada llena de cables que compartía con un jefe flatulento (por arriba y por abajo).Tras quebrar física y mentalmente, llega el quiebre definitivo. Fisión: Escrituras negras habla de la decepción amorosa, pero se centra sobre todo en la traición de un (supuesto) amigo. Las rupturas de algunas amistades pueden doler más que un divorcio y más si confiaste plenamente en el individuo y lo considerabas como un hermano. Ése fue mi caso.El último capítulo comienza justo cuando decidí separarme de mi exmarido y volver definitivamente a España. Hundimiento: Patada de ahogado no tiene muchos poemas, porque yo ya escribía otra historia desde que me atreví a saltar por el precipicio yéndome de Alemania y lejos del que era mi marido.Sin embargo, el otro, el mal que había nacido hace mucho tiempo y hasta tenía vida propia, no me quería soltar y ponía todas las trabas para alargar el proceso de divorcio durante cinco años. Me intentó extorsionar y perjudicar muchas veces y de muy diversas maneras.No podía terminar de pasar página de todo lo que había vivido y reprimido durante el matrimonio ni siquiera poniendo distancia de por medio, porque me perseguía en el espacio con sus intentos desesperados de venganza.También me acechaba mi propio sentimiento de culpabilidad por no haber puesto fin ante la primera señal de maltrato. Fue una noche larga y oscura en la que aún tuve que sumergirme. Así que me vi obligada a vomitar todo junto en los poemas de esta última parte.Siempre me había preguntado cómo surge la maldad hasta que leí en orden los escritos de este libro. Cada oscuridad que experimento me penetra y embaraza de tristeza y apatía, pero con el pasar mecánico del tiempo, este sentimiento me va nutriendo de tanto veneno, que me convierto en la madre de todos los males. Me vuelvo idiota, doy a luz sombras y las vierto sobre mi propia luz.Pero no soy más idiota por apagar mi llama que por ignorar la propia tiniebla. Todos tenemos que pasar por este sombrío proceso alguna vez en la vida para conocernos al completo. Todos tenemos que enfrentarnos cara a cara con nuestros demonios si queremos aprender a desarticularlos.Más allá de las formas que puedan espantar y horripilar a todo lector, este libro, El mal (nacido), habla sin represión ni vergüenza de todo un proceso transformador desde la noche oscura del alma. 10