Carlos Morenilla Romero
Aguza los oídos y la vista con esmero a la cera que hace iluminar la llama de cada vida, observando cómo se agota a tu alrededor, sin administrar ni fraguar, ni siquiera alterar, llama alguna.En esta vida el tiempo nos consume sin saber cuánta cera nos queda, ni hasta cuándo el viento de la adversidad cotidiana permitirá que nuestra existencia perdure iluminada...Solo nos queda esperar en los hechos hasta consumirnos.Cuando alcancemos a vislumbrar que los dígitos que marcan nuestro tránsito son la fecha exacta del fin del mundo, conseguiremos haber dado un gran paso para creer que este orden tiene una fecha de caducidad ajustada... Sin sorpresa.Quién lo duda: saber la fecha de nuestra defunción sería la anarquía invencible y precipitaría al Mundo como tal, de golpe y para siempre, a la más absoluta de las miserias humanas.¡Ay, si a los humanos les viniera impresa en la tarjeta de su nacimiento la fecha su muerte! No haría falta ni glaciaciones destructoras, ni meteoritos que se estrellasen, ni demonio que nos guíe hacia ninguna parte. Nos sobraríamos y bastaríamos para ser, sin reparo alguno, los nuevos reyes del Mal, en su esencia más pura y más cruel.