José Vargas
Siempre creciente, siempre menguante, siempre presente como la luna, laMedina de Tánger se moldea bajo el sonido incesante de los cinceles. En larue de la Kasbah, las obras han echado abajo el muro sobre el que estabapintada la Aicha Kandisha y la mitad de los vecinos de la Medina Vieja nose han dado cuenta, pues llevaban años evitando mirar la pintura al pasaral lado.Hicham anhela recuperar la chispa romántica que le unió a su esposa, Ran-da, pero ella tiene otras cosas en la cabeza y muy poco tiempo para él.Randa siempre está ocupada, fría e inaccesible para Hicham, quien hará loque sea por que vuelva a ser la de antes.Nadeen y Morad hacen recados para el comisario Abdellah para ganarseunos dírhams, y los empresarios españoles de los que hablaban las noticiastienen a toda la medina murmurando sobre ellos.En el muelle, Abdeslam le dice al marinero que tenga cuidado con la som-bra, y en la cafetería del control de autos, Siham hace bromas con loshabituales del puerto.Tánger se despereza despacio, asomada al puerto, viendo cómo se desvane-ce la neblina salada. Como los gatos estirándose a cámara lenta y bostezan-do, como el anciano que tira del carro con hierbabuena. En esta ciudad,todo el mundo sabe que la prisa mata.Bswiya, bswiya.No puede hacerse de otra manera, para poder acostumbrar los ojos a la luzcegadora del Estrecho de Gibraltar.